No sé cuántas noches de gloria le quedan a Balaídos viendo a Iago Aspas. Seguramente muchas, porque el moañés parece un chaval de veinte años, capaz de echar un esprint en el minuto noventa y pico como si nada. El capitán celeste dibuja un mapa futbolístico diáfano en su cabeza, capaz de desmontar la pizarra de un estratega como Bordalás a base de brochazos de talento. Ante el Getafe fue más diez que nunca, repartiendo juego a diestro y siniestro, sirviendo asistencias inverosímiles y también llegando al área rival.